¿Qué es el amor?

{ jueves, 11 de agosto de 2005 }
La pregunta es tan vieja como el mundo. Las respuestas esbozadas, infinitas.
Plumas ilustres intentaron - alcanzando un éxito relativo - desentrañar el misterio.

"... Y era el Amor, como una roja llama...
- Nerviosa mano en la vibrante cuerda
ponía un largo suspirar de oro,
que se trocaba en surtidor de estrellas -."

Antonio Machado - "Cante Hondo"


"Amor se llama el juego
en el que un par de ciegos
juegan a hacerse daño"

Joaquín Sabina - "Amor se llama el juego"


"Porque el amor, mientras la vida nos acosa,
es simplemente una ola alta sobre las olas (...)"

Pablo Neruda - "Soneto XC"

Pero - reitero - el éxito de las respuestas ilustres es relativo. Estaremos de acuerdo en que el amor, después de un tiempo razonable de relación, poco tiene del "surtidor de estrellas" de Machado. Todo cambia cuando una se deja ver con una bombacha que tiene el elástico
vencido o cuando contempla los agujeros en el calzoncillo de su Romeo.
Aunque a veces es conmovedor escuchar al objeto de nuestro afecto recitándonos a Neruda o entonando (bueno, a veces desafinando, pero pone voluntad el pobre!) alguna melodía sabinera, considero que las definiciones artísticas del término podrán ser muy bellas, pero no tienen nada de esclarecedoras.

Por descarte, entonces, sabremos que:

El amor no es necesariamente sinónimo de belleza, en el sentido absoluto del término. La imagen de Evaristo agachado debajo del calefón todo transpirado, puteando con una llave francesa en la mano y con la raya del traste asomando por la cintura del pantalón no es
precisamente un cuadro de Botticelli, no? Sin embargo, que arregle el calefón con sus propias e inútiles manos es un acto de amor.

El amor no implica alcanzar el Nirvana. No es un estadio de entera paz y armonía. Si lo fuera, en vez de decirle: -"Salí, infeliz, que llamo al gasista!!" al pobre Evaristo, le diríamos: -"Gracias, amor mío, por desafiar tus limitaciones e intentar solucionar mis problemas. No, no importa que me volaras la cocina! Nuestro amor no se compra con los mil pesos que vamos a gastar en reconstruirla"

El amor no borra los defectos del otro, no nos enceguece. Todos sabemos que Evaristo es un inútil que no puede ni cambiar una lamparita sin dejar a oscuras toda la provincia de Buenos Aires. Pero lo toleramos, lo dejamos que haga porque así es feliz. Luego, lo insultamos hasta que una horda enfurecida de vecinos nos toque el timbre y salimos a inventar excusas para que no lo linchen. Eso es amor.

El amor no soluciona los problemas. La cocina no se va a reconstruir gracias a la magia oculta de Cupido. Pero elegir juntos los azulejos nuevos, despotricar contra el albañil al unísono y comer polenta del mismo plato durante un mes para poder pagar el arreglo, hace todo más llevadero.

El amor no sana las heridas. Amar a Evaristo no nos cura las quemaduras de tercer grado que nos provocó la explosión del calefón. Tendremos que ponernos Pancután y Pervinox todos los días, lo amemos o no. Pero cuando sanen, miraremos las cicatrices y evocaremos con ternura la cara de él cuando nos subían a la ambulancia de los bomberos. Esa expresión - mezcla de pánico, culpa y angustia - será inolvidable.

El amor no nos hace olvidar las afrentas pasadas. Por mucho que lo amemos, procuraremos recordarle con frecuencia que voló la casa y que casi nos pasa a mejor vida con su ineptitud. Especialmente si se rompe algo o si lo sorprendemos sosteniendo una herramienta.

El amor no es sinónimo de sexo. Ya que Evaristo no volverá a tocarnos un pelo hasta que no demuestre auténtica contrición por lo sucedido y desista de intentar reducir los gastos prescindiendo de personal de mantenimiento especializado. Salvo, por supuesto, que no podamos aguantarnos más las ganas, en cuyo caso, será por esa vez y nada más. Entendiste Eva, no??

El amor no es más fuerte. Al menos no en comparación con el portazo que pegó Evaristo, mientras gritaba: "Hace un año de lo del calefón!!! Me tenés harto, desquiciada! Me voy a lo de mi mamá!!!". Tampoco es más fuerte que la angustia que nos embarga ante la sola idea de perder para siempre a nuestro Evaristuchis.

El amor no conoce de orgullos o dignidades vanas. Por eso sólo soportamos la ausencia de Evaristo por dos días, antes de salir corriendo a la casa de nuestros suegros vistiendo solamente un impermeable en el frío de Agosto. Por eso ni siquiera nos ponemos coloradas cuando nos abrimos el impermeable al mismo tiempo que se abre la puerta, para descubrir que atendió el padre.

El amor no es racional. El padre de Evaristo lo sabe, por eso le grita desde la puerta: "Che, Evaristoooo!! Es para vos, la loca de tu mujer!", sin detenerse a mirarnos dos veces y con cara de resignación / asco.

El amor no es perfecto. Porque si lo fuera, no se explicaría por qué nos pone tan contentas que Evaristo haya vuelto a casa, ya que deja los calzoncillos sucios sobre la cama, no baja la tabla del baño, se está quedando pelado, eructa y libera flatulencias en nuestra presencia, se come las eses cuando habla, nos patea mientras duerme, se pasa los domingos viendo fútbol, nos lleva de vacaciones a Mar Chiquita, entra en coma inmediatamente "después de" y acaba de prender fuego el microondas nuevo, porque se olvidó un destornillador que usó para poner el estante que lo sostiene adentro del aparato y no tuvo mejor idea que apretar Comienzo..."Para ver si funcionaba, Estelita"

Este amor sí es una roja llama... la que sale del microondas.
Este amor es el juego en el que, cegadas por el humo del incendio, jugamos a hacerle daño a Evaristo, revoleando el atizador de la parrilla.
Este amor es una ola alta, una ola de agua de la canilla con la que el muy retrasado pretende apagar un incendio de origen eléctrico.
Este amor... es el de verdad. Y que nos lo discutan Machado, Sabina y Neruda después de sobrevivir un mes de convivencia con Evaristo!!

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