Todos tenemos dentro nuestros ángeles. Son esas actitudes, sentimientos y pensamientos que nos hacen buena gente, que despiertan en los demás cariño y admiración. Yo los descubro a veces y me hacen sonreir al pensar: "Bueno, parece que no soy tan dura como quisiera". Una palabra de aliento para el que perdió las esperanzas, un abrazo silencioso para tratar de mitigar el dolor, una mirada que dice "Te quiero".
Sin embargo, los ángeles tienen su contracara nefasta. Hay demonios que nos habitan y, a veces, nos dominan. Esos malhumores de domingo a la tarde, esas ganas de no ser, el dolor de cabeza hijo del cansancio, tirar papeles en la calle, herir con la palabra, el egoísmo, la indiferencia,el pesimismo, la tristeza y el peor de todos ellos: el odio. Si sólo tuvieramos demonios... menudos hdp seríamos. Me los descubro de lunes a viernes, especialmente por la mañana. Toman el control cuando no tenemos ganas de ser amables, esos días en que después de tres examenes, dos piquetes y una discusión hemos desistido en nuestro intento de ser personas. Generan en los otros unas ganas incontenibles de golpearnos hasta dejarnos inconscientes.
Afortunadamente, la diferencia entre ángeles y demonios está dada porque los primeros surgen espontáneamente, sin que los llamemos... sin que podamos reprimirlos , mientras que los segundos sólo aparecen cuando bajamos la guardia, viene cuando los dejamos venir. Por eso, la tarea para casita que me autoimpondré hoy es reprimir mis demonios y potenciar mis ángeles. En suma: ser mejor persona.
Pero que conste que es una tarea para las vacaciones, por lo que se termina ni bien empiece el ciclo lectivo... (y bueno, no puedo ser buena gente por demasiado tiempo por dos razones: 1. Me doy asco cuando soy muy dulce y 2. La bondad saca lo peor de mi)
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