Cuando se cierra una puerta

{ domingo, 17 de julio de 2005 }
El 22 cruzó el Puente Pueyrredón más o menos a las 7.50. Mientras trataba de disimular la irritación que me producía un cardúmen desenfrenado de niños (ya mencioné que ODIO a los niños de vacaciones, no?), recordé que hacía ya mucho tiempo que no tomaba ese colectivo de noche. Tengo mis razones, no pregunten.
Entonces mi memoria emotiva se disparó, y evoqué la ansiedad que me embargaba esas noches de verano en que, con cara de feliz cumpleaños, tomaba el colectivo para ir al encuentro de cierto señor.
Encontrábame, entonces, viendo sin mirar por la ventanilla, mientras frases, imágenes, sonidos y olores pasaban por mi mente a la velocidad de la luz. De repente tuve frío. Me sacudí involuntariamente y volví a mirar por la ventanilla, para descubrir Plaza Dorrego en un estado lamentable.
Allí donde otrora florecían las mesas en torno a las que montones de personas se congregaban a tomar cerveza en remera y Havaianas, sólo quedaban unas sillas plegadas, mesas mojadas y árboles desnudos. La Plaza parecía muerta a manos del cruel cuchillo del invierno.
Para mi sorpresa, sonreí. La analogía me resultó divertida, pero eficaz. Yo esperaba ver el verano... en mi mente siempre será Febrero en Plaza Dorrego. Y sin embargo la realidad era otra: el invierno la había conquistado.
Los angloparlantes denominan "closure" a la culminación o cierre de un momento crítico, que hace posible superarlo luego, como por ejemplo el fallecimiento de un ser querido o la extinción de un vínculo amoroso. Pues bien, yo tuve una suerte de closure cuando vi la decrepitud de la Plaza.
Pensé en ese momento que ya nunca serían igual mis viajes en el 22. Ya no albergo la esperanza de que el verano sea eterno, ya no vivo aguantando la respiración, anhelando que vuelva un día a decirme que me quiere de vuelta, camisa color ladrillo, jean celeste y Havaianas.
Si está escrito en algún lado que nos volvamos a cruzar, probablemente lleve paraguas y sobretodo. Y quizás yo no tenga tantas ganas de decirle que sí.
En cualquier caso, cuando me bajé del Subte en la estación Palermo, me alegré de que no fuese él quien me esperaba en el andén.

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