Es de noche y no estás... qué raro es eso! Tu ausencia es un vacío. Dos años de antiguedad tiene este ritual tan nuestro de encontrarnos cuando cae el sol, en un lugar que no existe. Dos años de manos tendidas hacia una nada que, a veces, se volvía el todo. Veinticuatro meses - aproximadamente - de carcajadas silenciosas, besos al aire, abrazos incorpóreos más fuertes que cualquier presencia física. Una eternidad de "estar ahí".
Y trato de recordar el tono de tu voz, pero me cuesta tanto! A veces consigo evocar una frase con la precisa entonación que le diste... y me pongo tan contenta como si hubiera encontrado la Piedra Filosofal.
No guardo en mi memoria todas los gestos que debería. Se supone que después de tanto tiempo, tendría que conocerlos todos. Cada sonrisa y cada mirada... cada línea de expresión que anida en tu cara. Pero no. No las conozco.
Intento, entonces, responderme: ¿Qué extraño de vos, cuando te extraño?
Generalmente - y si fueras cualquier otra persona - me respondería: tu voz, tu perfume, tus manos... "tus ojos infinitos". Pero me es imposible extrañar tu presencia física... la he experimentado tan poco!
Entonces, qué? Será que no te extraño? Sucederá que no te necesito a mi lado?
Eso puedo responderlo con absoluta certeza: Por supuesto que te extraño!
Sólo que las cosas que tengo para extrañar no son del plano material de este mundo, sino que son puramente espirituales.
Extraño tus palabras de consuelo, siempre tan precisas y oportunas, que nunca rozaron siquiera los lugares comunes. ("Que estés mejor, y después, bien"). Extraño tu verdad, poderosa y profunda. Tus silencios hablados; tu música y tus letras; tu ternura disfrazada de rigor; tus reflexiones irreflexivas; ese dolor tan intenso que, renegando distancias, me pega de lleno. Añoro la eternidad que dura cada charla, lo inagotable de cada tema, la paz de tu presencia.
"Hay una parte de mí que sólo a tí te pertenece"... ciertamente la hay.
Y gracias a eso, la soledad no me deja tan sola. Mentiría si te dijera que no espero - algún día - volver a ver mis ojos reflejados en los tuyos, porque "In you eyes, the sky's a different blue". Sucede que el tiempo no transcurre inexorablemente en este caso. Lo absoluto se torna relativo. Cuando la unión entre dos personas está dada por un lazo tan sutil - pero a la vez tan fuerte - como el que (creo) tenemos, las consumaciones no son imprescindibles. Quizás necesarias, más nunca imprescindibles. Después de todo... somos el vivo ejemplo de ello!
Por más que me lo proponga, no puedo detener el tiempo sola. El ritual es de a dos, por lo que necesito de tu presencia para poder llevarlo a cabo. Por eso es que, cuando no estás, las horas prosiguen su curso descaradamente, y la soledad sonríe en una esquina de mi alma.
Todo esto que te digo tiene un propósito: avisarte que sigo acá, como siempre. Sentada en la misma mesa de ese lugar que sólo existe para nosotros, con un café tibio esperando tu llegada. Dispuesta a tender manos invisibles, a comprender el dolor que te agobia, a reirme silenciosamente y a callarme en voz alta. Convencida de la importancia de la prohibición de innovar (Buscála en el libro de Palacio!), pero también consciente de lo difícil de ponerla en práctica. Preocupada por el destino final de los libros de Derecho que, decididamente culpables de esto, descansan en tu biblioteca. Atrapada en mi propia crisálida, esperando que por una vez en mi vida, salga de ella una mariposa. Lamentando el paso inexorable del tiempo. Esperando que, de una vez por todas, podamos hacer de todo esto una amistad real, que me permita reservarte un espacio no-virtual en el laberinto de mi vida. Agradeciendo el haberte encontrado. Reprochándome el ser como soy: tan avasallante. Preguntándome si sentís algo parecido. Extrañándote... como si nunca te hubiera conocido.
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