Ausencia

{ lunes, 5 de junio de 2006 }
Son estos tiempos de mucho dolor para quien escribe. Hace muy poco una persona extremadamente importante en mi vida se fue de este plano existencial para siempre.
No existen palabras para describir la ausencia de quien hemos querido tanto, porque aunque la mente quizás comprenda desde la consciencia las implicancias de la muerte, el inconsciente nos traiciona, develando que no lo tenemos tan asumido como parece.
Así, una frase, un sonido o una imagen provocan una reacción que - a fuer de la costumbre - únicamente tendría sentido si esa persona aún estuviese en esta tierra. Y ese es el peor dolor, el más insoportable... es el alzar la cabeza con una sonrisa cuando escuchamos el sonido del motor del auto deteniéndose en la puerta, porque sabemos a quien pertenece. Es un nanosegundo de creer que vamos a escuchar que nos llama, que vamos a salir a abrirle con una sonrisa y a saludarlo con un abrazo. Es la ilusión de que todo volverá a ser como antes... solo una ilusión.
Entonces la consciencia recobra el control y comprendemos que el auto podrá detenerse en la puerta, pero nunca conducido por la persona que esperamos; que volveremos a oir la frase, pero pronunciada por otros labios y que nada podremos hacer para remediarlo.
Hoy recibí un abrazo de cumpleaños gigante, de una versión en miniatura de mi Tío. Mi primito es chico para comprender por qué se me hace un nudo en la garganta cada vez que lo veo, pero dentro de unos años le voy a explicar que su excesivo parecido con el papá es una de las huellas más profundas que mi Tío dejó a su paso por este mundo. También le voy a contar que la otra huella está en el corazón de lo que tuvimos el enorme placer de conocerlo y compartir con él nuestras vidas.
Hoy se cumplieron 23 años desde mi llegada al mundo. Lo único que puedo pensar desde hace días es que este verano mi Tío me llevaba en el auto y cuando pasamos por la Clínica en la que nací me señaló el bar donde él y mi papá esperaron la noticia de mi nacimiento.
Nunca creí que tan poco tiempo después yo recibiría la de su fallecimiento. Estoy más que triste, destrozada. Herida en lo más profundo de mi ser. Lo extraño tanto que no resisto escuchar hablar de él ni de nada que se relacione con su muerte. Pero como sé que no se puede sencillamente pretender que las cosas no suceden, preferí exorcizarlo de mi cuerpo por este medio.
Ahora mi dolor está acá, flotando en el universo cibernético. Probablemente a nadie le llame demasiado la atención, pero por suerte a ustedes les será mucho más fácil que a mi hacer de cuenta que no pasó nada. Ese es el único favor que les pido.