... and a happier New Year!

{ lunes, 24 de diciembre de 2007 }
Inexorable como siempre, el tiempo nos coloca nuevamente ante la agonía del año en curso. En apenas unos días contaremos las anécdotas de diciembre empezando con "El año pasado...", aunque hayan sucedido hace apenas semanas. Se vienen los raccontos, las reflexiones, los balances, las evaluaciones de personal, las postales electrónicas, los lagrimones por los que dejaron una silla vacía, los bonos de fin de año, las interminables versiones cinematográficas de "Un cuento de Navidad de Charles Dickens", el aguinaldo y las peleas para decidir quién la pasa con quién y dónde.
Yo me reservo un Chandón bien helado y un habano cubano que - como todos los años - consumiré en la puerta de casa mientras los vecinos se saludan en la vereda. Y me guardo un abrazo bien fuerte para el Tío, donde quiera que esté; una sonrisa medio llorosa (porque siempre lloriqueabamos juntas) para la Tía; un recuerdo de colonia de pino y Chesterfield para el abuelo; un gustito a calamares en salsa para la abuela y dos frases para Oscar: "La mesa es una ceremonia" y "Herrrrrrrrmoso, herrrrrmoso"... todo bien cerquita de las guerras de miga de pan y corchos que duermen desde hace años en el olvido.
Despediré con cariño al 2007, que me cobijó estudiante y me despacha graduada. Un año en el que la gente que uno más ama en el mundo gana dos veces la batalla contra la Parca, merece ser acompañado en su agonía y saludado con honores, aunque se me escapen unas lágrimas de sólo pensar en estrenar las inciertas páginas en blanco del 2008.
Vendrán tiempos de lucha, de aprendizaje y de sacrificios que - como pasa siempre - uno intuye cuándo empiezan, pero nunca sabe con exactitud cuánto habrán de durar. Lo más importante es salir enriquecido y fortalecido del proceso, que es lo que espero me suceda.
Vaya un deseo similar para quienes tengan que enfrentarse a la adversidad y para quienes ya la hayan superado. Que sea este un año de hacer, de resolver, de avanzar, de trabajar y de emprender. Que no nos sorprenda su diciembre con cosas pendientes, que no se nos pase la vida planeando, que no nos quedemos debiendo nada.
Un especial augurio de resultados positivos y balances en verde para todos y una frase, a manera de recordatorio: "La vida es eso que te pasa cuando estás ocupado haciendo otros planes".

¡¡¡ Un excepcional 2008 para todos!!!

Con el torno a ritmo de murga

{ lunes, 10 de diciembre de 2007 }
Cuando los de odontología egresan, los cuartos estériles y los sillones inmaculados se llenan de témpera y se sacuden por un rato la solemnidad. El silencio se rompe en mil pedazos con los cantitos de cancha y los flamantes "dentistas" derraman lágrimas de alegría con tanta intensidad que se olvidan de todas las veces que la Facultad los hizo llorar de tristeza.
El olor a huevos podridos de la victoria reemplaza por un instante ese penetrante aroma a Eugenol que parece ser la marca registrada de cualquier consultorio y una asquerosa lluvia de alimentos vencidos cae sobre los antes humillados estudiantes, convirtiéndolos mágicamente en colegas del mismo tipo que no los dejaba entrar a cursar si el explorador que traían era de la marca equivocada.
Todos se ensucian - egresados, familiares, amigos y transeúntes - y al mismo tiempo se enjuagan el alma, abrazan el sueño que la cursada de 8 a 20 hacía creer imposible. Son libres... y lo demuestran dando la vuelta olímpica alrededor del edificio, bajo la mirada de desaprobación de los bustos de la entrada.
Entonces, como por arte de magia, los tornos empiezan a girar con un ritmo que suena a murga. Se agitan las banderas, se salta sin control... y los vecinos salen al balcón, decididos a no perderse el maravilloso espectáculo que tiene lugar pisos más abajo: una horda de hombres y mujeres de ambo blanco - que una vez estuvo inmaculado - despidiéndo un olor insoportablemente fétido y bailando como si la vida fuera sólo ese momento. Y para ellos, lo es.
Cuando egresa un odontólogo, el mundo se detiene y le da licencia para olvidarse de todas las normas de higiene y salubridad, las bocas se abren sólo para hablar de alegrías o felicitaciones y los dientes sólo tienen importancia si son parte de una sonrisa que les dirige un ser querido.
Es un evento que se repite todos los años y que vale la pena presenciar... pero cuando quien se recibe no es simplemente "una odontóloga", sino una prima que es amiga, hermana, cómplice y compañera de aventuras, es un acontecimiento histórico. Es un evento fantástico e irrepetible que demuestra que todas las lágrimas, todo el esfuerzo y todo el sufrimiento valen la pena, cuando están puestos en la persecución de algo que se quiere con cada fibra del cuerpo. Es el incontenible orgullo de conocer en carne propia a quien enfrentó a los peores demonios y salió vencedora indiscutida. Es confirmar que - a pesar de todo - lo que está destinado a suceder, inevitablemente sucede.
Y lo mejor de todo es haber estado ahí para compartirlo con vos.


A todos los que se recibieron el 03/12/07, con los mejores deseos.-

Cuánto falta para el final?

{ martes, 30 de octubre de 2007 }
A mis compañeros del práctico les dejo este link, para que se inquieten tanto como yo. Es la cuenta regresiva a las 14.00 horas del 12 de Diciembre, para que compartan mi angustia!!!

Mensaje en una blogtella

{ jueves, 27 de septiembre de 2007 }
Nota: Voy a usar el espacio que sigue (que es mío al fin y al cabo!!!) para publicidad. No es una propaganda cualquiera... es como una mezcla de Gente que busca gente con Alternativa Teatral, así que son bienvenidos los ojos que quieran enterarse cómo se llaman los actores que quien escribe admira arriba y abajo del escenario. Productores comunicarse en horarios comerciales. Muchas gracias.

Muchas veces pienso en ustedes, mis amigos actores. Y cuando la melancolía me abraza fuerte, los busco en Google para ver en qué andarán. Si los encuentro en La Nación y la crítica es buena, me enorgullezco silenciosamente al saber que pudieron alcanzar ese éxito que alguna vez se nos antojó tan esquivo. Me enojo cuando la crítica es mala y maldigo al que la escribe (seguro que no tiene el talento para ser actor, ese infeliz), al tiempo que les doy una invisible palmada en el hombro.
Se me escapa alguna lágrima cuando los extraño mucho, que es la mayoría del tiempo, y quisiera volver atrás el reloj hasta esas inolvidables y bohemias épocas en que cada fin de semana era una maratón de ensayos y preparativos para la obra.
Hay tantas cosas que quisiera contarles, tanto que quisiera que me cuenten... y nunca logro responderme con certeza cuando me pregunto si alguna vez volveremos a compartir la ronda del mate. Me pregunto si la añoran ustedes también.
Dejamos de vernos allá por la prehistoria, cuando ninguno tenía celular ni usaba el MSN - apenas si teníamos ICQ - y la modernidad nos incomunicó definitivamente. Buscando la cercanía de los teatros y las bambalinas (que les son tan imprescindibles como el aire) se fueron mudando uno a uno hacia Capital y yo me quedé en el sur. Ya no me los cruzo en el 22 ni en el barrio, pero nunca dejé de buscarlos con la mirada.
Por si les intriga, yo no cambié tanto. Todavía amo el teatro y me emociono cuando escucho las canciones de Drácula y El Jorobado. Escribo bastante en un esfuerzo por exorcizar ese virus artístico del que me contagiaron y que nunca me curé... y a veces hasta sueño con escribir una obra de teatro que puedan interpretar.
Debo confesarles que me está llegando la senectud de a poco, por eso me pongo tan sentimental pero la verdad es que los extraño y los quiero muchísimo. Por eso, decidí poner este mensaje en una botella (o mejor, blogtella) a ver si alguno lo encuentra. Aprovechando el espacio, les digo a quienes lean esto que si los invitan a ver una obra en la que participe el incomparable Fernando Avalle, con la dirección del maestro Juan Pablo Miranda, presentándose el excelente bailarín Leonardo Tito o la talentosísima (y profesora de actuación) Soledad Sauthier, que no lo duden. Pueden ver en Google las obras en las que han participado (La cita de Laura, Vitel Toné, Sweet Charity, Dominó, Calígula, Somos tu aventura, El cadáver de la Nación y Noches de Show entre muchas otras).
Vayan al teatro porque va a valer la pena. Aplaudan hasta que les duelan las manos, llenen el escenario de rosas y - si se cruzan con ellos a la salida - díganles que yo les mando un nostálgico abrazo y que los espero en "Algo por qué vivir" para preparar la próxima función.
Para mayores referencias, que pregunten por "The director of the play".

Tres mitos y cinco refutaciones

{ miércoles, 22 de agosto de 2007 }
Estaba pensando que ya es hora de que vuelva a aparecer en el blog la sección de consejos inútiles que tanto me divierte escribir, así que habré de reinaugurarla con este modesto artículo que también quiere ser un festejo porque el counter acusa que más de 10.000 pares de ojos se han posado en este rincón de internet.
Estimo que en este foro somos todos adultos y que – como tales – nos hemos aceptado como seres sexuales. Con eso en mente (y dejando librado a vuestro criterio el modo de disfrutar de esa aceptación... guiño, guiño) let the games begin!

1. Sexo y poder
Muchos son los reproches que el género al que pertenezco suele enunciar respecto del opuesto en materia de sexo, pero sin lugar a dudas hay dos que encabezan la lista.El primero de ellos es el que surge casi de inmediato cuando se intercambian experiencias relativas a esa práctica que el vulgo masculino denomina “Ingerir el molusco bivalvo” y radica principalmente en la reticencia de los caballeros, a veces convertida en la más viva indignación, a llevarla a cabo.
Si analizamos que su equivalente (comúnmente denominado “Presentar salutaciones al camarada”) constituye una obligación para las mujeres y que su omisión es considerada una afrenta insubsanable, no hay un solo fundamento lógico que explique por qué ellos sólo lo hacen “de favor” y cuando tienen ganas. Salvo que consideremos que este pormenor es una suerte de privilegio, reservado al macho alfa de la manada, lo cual además de ser injusto, implica que las mujeres nos denigramos o sometemos cuando accedemos y que – por supuesto – eso es algo que los hombres no hacen.
Mi conclusión es una simple pregunta: ¿Quién está en la posición más vulnerable? ¿El que tiene su lingam a merced de 32 afilados dientes ajenos o quien detenta la titularidad de esos dientes? La próxima vez que vean a su dama comer turrón, piensen bien quién es el más poderoso de los dos... y aprendan a dar en lugar de dedicarse a recibir!

2. Bíblico, pero real
El segundo reproche más popular apunta a las reacciones masculinas ante la denegación del permiso para ejercer la misma actividad por la que Sodoma cayó bajo la ira del Señor.Esto también parece ser indispensable para muchos señores que, presentándose mucho más liberales que el Altísimo, tientan permanentemente a sus compañeras a desafiar la paciencia de los Cielos.
En el sexo, como en toda otra actividad que requiera de dos o más personas para poder desarrollarse, es imprescindible que exista acuerdo. Si usted pretende jugar al fútbol con una pelota de mármol, probablemente deba primero ensamblar un equipo cuyos miembros no se preocupen si salen de la cancha con la tibia y el peroné en una talquera. Caso contrario, tendrá que conformarse con patear contra la pared.
Analógicamente, tendrá usted mejores chances de continuar compartiendo el colchón con alguien si preserva los intereses afines que si se dedica a ignorar los intereses ajenos en pos de los propios.
Dicho esto, y con todo respeto por las decisiones de cada uno, debo confesar que la mayoría de las mujeres guarda un infundado prejuicio respecto al tema de referencia. A ellas les dejo las palabras de mi madre: no tenés que decir que no te gustan las espinacas sin haberlas probado antes. Primero probalas y después, si no te gustan, no las comas. Pero por lo menos lo experimentaste vos... nadie te lo contó.

3. Ellas no quieren nunca, nosotros queremos siempre
Otra popular “echada en cara” tiene que ver con la supuesta ausencia de iniciativa y motivación en las damas. Habitualmente los hombres sostienen que sus mujeres se entretienen en tacharlos de sexópatas y degenerados por su insistencia a llevar cualquier situación hacia la posición horizontal, al tiempo que retrucan – con más indignación que Sessa expulsado por patearle la cabeza a Palacio – que las anormales somos nosotras, porque siempre nos duele la cabeza, un ovario o el apéndice a la hora de pecar sin intención de concebir.
Yo creo que ni todos los hombres son eternos boy scouts, ni todas las mujeres somos tan propensas a padecer afecciones imaginarias. Hay mujeres a las que les basta un fin de semana para dejar a un hombre imposibilitado por un mes y hay hombres que tienen menos iniciativa que un legislador anarquista. No hay regla general que nos abarque a todos en lo que a conductas se refiere, pero en materia de gustos se aplica lo mismo que en la plaza: a todos nos encanta el subibaja.
Ahora bien, si usted caballero pretende un rápido intercambio de fluidos en el placard antes de cenar en la casa de sus suegros o en el baño del velorio de la Tía Clelia a las 8 de la mañana le sugiero que antes de decir que su compañera no es gauchita considere que quizás la acucia un terror fundado a ser descubierta en el acto y detenida por las fuerzas de seguridad. Recuerde el proverbio estadounidense “Timing is everything!” (Algo así como “Todo radica en la oportunidad”)... y procure ser oportuno!
Respecto de las patologías imaginarias que atacan repentinamente a las mujeres sólo puedo decir que la mayoría tiende a aparecer luego de un episodio desmoralizante, como el inoportuno posicionamiento de una mano a plena vista de toda la comunidad o una referencia a cuán notable es el aumento de peso de la señorita. Para ellas está indicado el mismo tratamiento que para la gripe viral: se va sola al cabo de una semana. Las que surgen inmotivadas son otra cosa, para esas el único remedio es la conversación que comienza luego del siguiente diálogo:
H: - ¿Qué te pasa, linda?
M: - Naadaaa...
H: - Dale, decime que te pasa...(Inserte aquí diálogo a elección, gritos, lágrimas y un par de insultos, todo ello sazonado con una buena dosis de inflamación testicular y exasperación femenina por mala interpretación de todo lo que se diga).
Todo lo dicho más arriba puede resolverse teniendo en mente los siguientes postulados, que son válidos tanto para orgullosos poseedores de lingam* como para elegantes dueñas de yoni:
1. El sexo no tiene que ver con poder, sino con goce. Así que haga lo que tiene que hacer y goce, por favor!
2. La única experiencia que sirve es la que se vive en carne propia. Antes de decidir sus gustos, haga la prueba.
3. A todos nos gusta el chocolate, pero no por eso lo ponemos en el guiso. Hay un momento para cada cosa. Aprenda a reconocerlo.
4. A veces las ganas necesitan ayuda para aparecer. De vez en cuando, antes de decirse NO, pregúntese: ¿Y por qué NO?, podría llevarse una grata sorpresa.
5. Siempre recuerde que no todas las épocas son de vacas gordas. Aproveche las oportunidades del presente, que nadie está exento de las sequías. Mejor tener de quién quejarse que quejarse de no tener con quién.

*Vatsyayana en su célebre opus intitulada “Kamasutra” emplea una terminología específica. Para este autor, el órgano sexual femenino se denomina yoni, mientras que el masculino responde al nombre de lingam.

Tanto tanto ruido

{ jueves, 2 de agosto de 2007 }
La vida me hace ruido. Hay un quejido extraño cuya procedencia me resulta indescifrable. Recorro la casa inspeccionando los segunderos de los relojes, los árboles que se bambolean en el viento, las cortinas que rozan el suelo y las tablas del piso que crujen... por las dudas reviso también las que nunca crujieron, para que les sirva de escarmiento, pero no logro dar con la fuente del sonido que me irrita.
La perra se reacomoda en su rincón y me mira como jurándome que no es ella la del ruido raro. Yo le creo, sé que sería la primera en confesar si supiera algo.
Escucho muy atentamente y me parece que es mi propia voz, desde un lugar lejano y con eco, que me está diciendo algo que no alcanzo a comprender. Al cabo de un rato me suena distinto, como un suspiro perdido en un huracán, imperceptible para cualquiera menos para su dueño. Es un ruido temeroso, asustado de ser descubierto y - al mismo tiempo - aterrado de que nadie lo encuentre antes de que termine el juego, como el que tenía el mejor lugar en la escondida.
Es definitivamente un sonido nervioso, lleno de ansiedades acumuladas y de fobias no resueltas y parecido al que nos hace el estómago antes de un examen importante, pero menos gutural.
Después de unas horas, ya no sé si es un problema sonoro o simplemente una sensación, como cuando parece que hubiera alguien en un cuarto vacío. Espío un poquito por la ventana para ver si hay un gato durmiendo en el alféizar, pero no veo nada... y como de noche todos los gatos son pardos, sospecho que éste ha de ser muy oscuro o quizás invisible como el del País de las Maravillas.
A veces se parece un poco al ruido de los juguetes rotos cuando alguna pieza se queda encerrada dentro. Aunque todo funcione bien, el ruido nos confirma lo contrario. Creo que a estas alturas sería preferible escuchar voces... me estaré volviendo un poco más loca? Es posible.
Me pregunto si es la estática de mi cerebro, que nunca para de elucubrar, aunque no podría decirlo con seguridad porque no sé cómo es el sonido de un cerebro a toda máquina. Debe parecerse al de los motores del Titanic, maniobrando para evitar la colisión con el iceberg.
Si tengo sueño, el ruido se cuela en mi bostezo. Si estoy desvelada, se queda pegado en las teclas del control remoto. Cuando estoy muy ocupada, viaja tintineando en mi cartera. Cuando no tengo nada que hacer, se recuesta sobre el atado de puchos y me cruje. De día se muestra con anteojos de sol y de noche con un pijama de estrellas que nunca se pone en público porque - entre nos - está un poco agujereado atrás.
La vida me hace ruido... tanto que casi ni lo escucho. Supongo que le voy a ofrecer la pieza del fondo que está al lado de donde viven los miedos, que por lo menos tienen la delicadeza de ser silenciosos. Quizás se hagan amigos, me dejen en paz y todos contentos!


Ruido mentiroso,
ruido entrometido,
ruido escandaloso,
silencioso ruido.

Ruido acomplejado,
ruido introvertido,
ruido del pasado,
desgastado ruido.

Ruido de conjuros,
ruido malnacido,
ruido tan oscuro
puro y duro ruido.

Ruido qué me has hecho,
ruido yo no he sido,
ruido insatisfecho,
ruido a qué has venido.

Ruido como sables,
ruido enloquecido,
ruido intolerable,
ruido incomprendido.

Ruido de frenazos,
ruido sin sentido,
ruido de arañazos,
ruido, ruido, ruido.
Ruido - Joaquín Sabina

Let it snow!!!!

{ lunes, 9 de julio de 2007 }


Hoy nevó desde las tres de la tarde. No voy a escribir un post al respecto, porque esta imagen de mi techo bernalense habla por sí sola. Qué linda es la nieve en Buenos Aires!!!


Ando egresando...

{ viernes, 29 de junio de 2007 }
Me estoy yendo de todos lados... todos nos estamos yendo. Nos vamos de las mañanas de invierno en aulas gélidas musicalizadas con viejos adagios en latín y artículos numerados. Dejamos atrás los pasillos atestados de junio y diciembre, los alumnos sentados en el piso entre pilas de papeles y repitiendo para sí las palabras que algún viejo jurista nos dejó guardadas entre centenares de páginas divididas en tomos. Siempre hay varios tomos.
Nos vamos de las noches de insomnio previas al examen, de los nervios disimulados, de esa mezcla de agotamiento y tristeza que nos dejan los parciales. El último, que cierre la puerta, así no se escapa el hastío para colarse en el "después".
Salimos caminando con dignidad y dejamos atrás el café en vaso térmico, la sonrisa del vendedor del segundo piso y le dejamos el cambio, si no tiene más monedas. No importa, ya nos vamos.
Me voy y no me importa si me olvidé un capuchón de Bic a medio morder en el aula 237. No quiero apurar el paso, por si alguien me detiene para decirme cuántas columnas tiene el Salón de los Pasos Perdidos o para reclamarme que me lleve los incontables pasos que yo misma dejé en él.
Nos vamos de todos lados: de las aulas que dan al Parque Naciones Unidas (esas que tienen vista a la Floralis Generica); de los asientos de madera que se quejan con crujidos; de las torres que se ven en las aulas que dan al río (que nunca supe a qué edificio pertenecen); del 130, del 17, del 67, del 93 y del 62; del olor a querosén y aserrín de las 7.30. Dejamos nuestra ingenuidad arrumbada cerca de la Biblioteca Silenciosa y abandonamos papeles dentro de los libros de la Circulante.
Les dejo encargado el rincón donde estudiaba y el sonido de los aviones que van y vienen de Aeroparque, los retroproyectores y las mesas de los bedeles.
Caminamos a paso firme, dejando atrás el bar, las aulas de extensión universitaria que están en el subsuelo y sin mirar dos veces al que practica croll en la pileta los martes y viernes de 10 a 11. Cuidado con las chicas que hacen boxeo en el gimnasio... no les gusta que los hombres se las queden mirando.
Me voy a detener un ratito a mirar - por última vez - la pintura descascarada, las listas impresas en papel con franjas rosas y blancas, los listados de oferta de la segunda inscripción y la cara de "de día sacamos fotocopias, de noche andamos de caño y somos piratas del asfalto" de los que trabajan en Express.
Estoy más cerca de la puerta y cada vez más lejos de las inscripciones por letra. Les dejo guardada una palabra de aliento atrás del busto de Vélez Sársfield que está en la planta principal, por si les ponen un 2 inmerecido.
Aminoro el paso para recorrer el Decanato. Me gustan las paredes acolchadas - parecen inspiradas en un loquero - y los sillones gigantes, tapizados en cuero. Los profesores siempre leen La Nación e indefectiblemente tienen los lentes casi sobre la punta de la nariz.
Estamos frente a la puerta grande, la que da a Avenida del Libertador. Les dejamos algunas lágrimas de frustración desparramadas por los pasillos oscuros del tercer piso.
Y no quiero dar un paso más. No quiero irme - pero me muero de ganas - de mis 18 años, de mi colita de caballo y mis resaltadores sin estrenar. No quiero dejar los pasillos de mármol y estoy segura de que voy a extrañar el olor a huevos podridos de la escalera del costado.
Ando egresando y siento que en el proceso me estoy dejando olvidada la época en que el mundo no sabía la diferencia entre el plano del ser y el del deber ser.
Quisiera volver a descubrir a Kelsen, Gordillo, Llambías, Borda, Alterini-Ameal-López Cabana, Marina Mariani de Vidal (o era Mariana?), Dworkin y Hobbes, porque creo que en las páginas de sus libros me dejé la adolescencia.
Ojalá pudiera perderme de nuevo en el laberinto de pasillos y ascensores que hoy conozco mejor que mi propia casa! Pero no se puede... hay que seguir caminando.
Nos vamos de todos lados pero - por suerte - al mismo tiempo nos quedamos para siempre. Les dejamos guardada una esperanza vestida de piedra caliza, con escaleras eternas y ventanales muy altos. Si no la encuentran, pregunten por la Facultad de Derecho.

Mejor vivir sin miedo

{ jueves, 15 de marzo de 2007 }
Los miedos de verdad son muy parecidos a los secretos que uno se lleva a la tumba: tan inexpugnables como difíciles de sostener.
Contamos con desparpajo y a viva voz cuánto asco nos dan las cucarachas, cómo fue el día que nos asaltaron en la calle o, aún más, confesamos que a veces nos desvela la idea de quedarnos solos para siempre, pero los miedos que no pregonamos son los más importantes. Probablemente no nos sea del todo posible poner en palabras y con toda la exactitud necesaria para que el interlocutor comprenda cabalmente ese terror frío que nos acuna los huesos y cuyo mínimo atisbo de concreción destruye cada centímetro de nuestras vidas. O tal vez encontremos las palabras, pero no queramos enterar a quienes nos rodean de aquello que consideramos tan espeluznante que - a su lado - la muerte se nos presenta como un bálsamo pacificador. En ocasiones preferimos callar ante la ausencia de una certeza absoluta de que seremos comprendidos, aceptados y consolados porque dejar salir el miedo es extremadamente difícil, especialmente cuando no sabemos si tenemos el espíritu suficiente como para no enloquecer de pánico al escuchar suspendidas en el aire las palabras que denotan que sólo somos fragilidad y carencia.
Lo más relevante de las conversaciones no es lo que se dice ni lo que se insinúa, sino lo que se calla forzadamente.
Yo tengo un miedo tan grande como ridículo, tan personal como generalizado. Un miedo que me consume continuamente, como una llama perenne que quema sin incinerar mi alma, cuerpo y mente. Lo llevo conmigo a todas partes, lo cubro con frazadas en el invierno y lo refresco en el mar en verano. Vivimos juntos una vida que es mía, pero de la que él se adueña poco a poco. Creció conmigo, se alimentó de mi todos estos años y hoy me reclama independencia de la misma forma que un hijo adolescente se la exige a sus padres. Me pide que lo deje ser, que le entregue el control de sus actos, sin escuchar razones cuando le digo que hacer eso es casi lo mismo que dejar de vivir.
Cansada ya de intentar que comprenda, creo que estoy decidida a desalojarlo. Sé que no va a ser fácil, considerando que los años de ocupación del inmueble le dan pleno derecho a pretender su usucapión, pero la escritura de esta vida está a mi nombre y no tengo intenciones de cedersela a nadie.
Yo - que miedos incapacitantes tengo sólo uno - me creo capaz de soportar los días que me quedan por vivir sin el cómodo espacio de protección que me construye este miedo usurpador. Pienso que es un buen momento para dejar de esconderme detrás de él, porque el costo de mantenerlo es excesivamente superior al que debería pagar si hiciera las cosas sin miedo.
No sé si seré capaz de conseguirlo, pero al menos voy a intentar sacarlo a patadas de adentro mío. Por lo pronto estuvimos dialogando bastante respecto de la situación y él sigue sosteniendo que yo haga lo que quiera, pero que no voy a arreglar nada peleándome con él.
Creo que lo desarmé cuando le dije con claridad que si yo me decido a querer sin reservas, si me permito amar aunque no me amen y si se me ocurre que quiero sufrir, lo voy a hacer aunque a él no le guste. El único factor en este mundo que puede impedirme que lleve a cabo lo que me propongo soy yo misma. Nadie tiene derecho a ponerme palos en la rueda y ya no voy a permitirlo más.
Esto pasó hoy a la mañana y desde entonces está encerrado en algún lado y no ha vuelto a molestarme, aunque sospecho que esta sensación de libertad no me va a durar demasiado. Creo que voy a cambiar las cerraduras, por lo menos para hacerle un poco más arduo el regreso.
Por ahora estoy experimentando una muestra de la libertad más absoluta y déjenme decirles que no hay nada mejor que vivir sin miedo.

Tener el corazón roto

{ viernes, 2 de marzo de 2007 }
Mi papá tiene un cuerpo grande, 20 centímetros y 30 kilos más grande que cualquier hombre promedio. Pero tiene un corazón aún más grande, tan grande que a veces no cabe en su cuerpo de gigante.
Es un corazón gruñón, que repite muchas veces las mismas cosas y que a veces hace como que está enojadísimo. Es de esos corazones que no se quieren asumir llenos de dulzura, por lo que hacen de cuenta que son de hierro, aunque sean más suaves y sutiles que una nube.
Hace un tiempo - nadie sabe realmente cuando - ese corazón comenzó a romperse. Quizás fue cuando fallecieron sus padres, o mi tía Caquel. Tal vez se rajó de nuevo cuando se fue mi abuelo Héctor o cuando el tío Cachi se quedó dormido para siempre. La enfermedad de mamá también le hizo mucho daño... pero el corazón se lo bancó con mucho coraje.
Tanto sufrir y aguantarse, tanto de ese "no querer que nadie se de cuenta" terminó por agotar ese corazón que sostiene al hombre que - no casualmente - contiene en él a mi padre. Así, en esta madrugada eterna, el hombre y su corazón esperan ser reparados por manos que nada saben del dolor que soportaron antes de llegar al taller.
Mientras muchos descansen aún entre las sábanas tibias robándole unos minutos más al reloj que anuncia el momento de salir para el trabajo, sendos gigantes quedaran expuestos bajo unas luces insoportablemente blancas y sometidos a la pericia de unas costureras impersonales y estériles. La gente caminará por las veredas húmedas añorando almohadas mullidas y sacará pase en el subte sin siquiera imaginar que en algún lugar cercano yace un corazón herido sobre el que trabajan muchas manos. Yo seguiré fumando a través de la espera infinita, hacia una hora incierta que ninguna alarma está programada para anunciar, deseando que cuando zurzan ese corazón roto logren reparar también el mío, aunque mal no sea un poco.
Fumaré mucho, lloraré quizás bastante, esperaré a que suene el teléfono con las últimas novedades y seguiré pidiendo a los dioses de todas las religiones que existen que todo salga a pedir de boca. El mundo, el país y la ciudad seguirán su marcha de rutina. No habrá festejos televisados ni reuniones en el Obelisco con banderas ondulantes, el Presidente no transmitirá por Cadena Nacional las buenas nuevas y la fecha pasará desapercibida para siempre.
Sin embargo, cuando mañana por la tarde abra los ojos el remendado corazón de mi papá, los cientos de rostros anónimos que tenemos el honor de conocerlo celebraremos con más alegría que el Campeonato del Mundo. Y nuestros corazones entonarán cánticos de cancha, armarán reuniones en las calles y fiestas interminables. Podremos respirar aliviados y agradecer que haya costureras menesterosas que sepan zurcir corazones y borrar heridas viejas y que tengamos la fuerza de resistir al estilo de Almafuerte:

No te des por vencido ni aun vencido;
No te sientas esclavo ni aun esclavo;
trémulo de pavor, piénsate bravo,
y acomete feroz, ya mal herido.

Ten el tesón del clavo enmohecido,
que ya viejo y ruin vuelve a ser clavo
no la cobarde intrepidez del pavo
que amaina su plumaje al primer ruido.


Procede como Dios, que nunca llora;
o como Lucifer, que nunca reza;
o como el robledal, cuya grandeza,
necesita del agua y no la implora...

!Que muerda y vocifere, vengadora,
ya rodando en el polvo, tu cabeza!

Sonatina

{ viernes, 5 de enero de 2007 }
Estar solo y sentirse solo no son una misma cosa. Solo se está con uno mismo, en compañía de los demonios que nos habitan cuando todo lo que queda alrededor no es más que aire y miedo, pero también de la mano de la paz interior, que únicamente podemos escuchar al liberarnos de cualquier presencia que no sea la de nuestro propio ser.
Sentirse solo... es otro cuento. Sentirse solo es ser un vacío en la multitud, ser tristeza en medio de la más plena alegría, abandonarse a la ausencia de un espíritu que nos complemente, sentir que no se puede avanzar un solo paso más a menos que alguien nos tome la mano para siempre.
La soledad material se puede remediar con mucha facilidad. Se levanta un teléfono, se envía un e-mail o un mensaje de texto y - si hemos sembrado la semilla adecuada y la hemos cuidado con esmero - nunca falta el que se viene de raje a poner la pava o quien nos saca de los pelos a la vida. Sin embargo, la sensación de soledad que nos nace de los huesos no se amedrenta por la simple presencia de una mano amiga, porque para condenarla al destierro requiere de una compañía distinta.
Estar solo es expulsar palabras a la pantalla de la PC las 2.15 de la madrugada de un miércoles, sentirse solo es extrañar en cada una de esas palabras lo que no se ha tenido nunca. Yo, que 'soy sola' (chiste personal), disfruto de mis madrugadas, del silencio roto por mis dedos al presionar el teclado, del viento entrando por la ventana, de la cascada de letras que corre por mi cabeza. No es eso lo que me hace sentir sola, sino lo que me hace sentir libre.
Me siento sola cuando me encuentro atrapada en una nube negra sin siquiera darme cuenta. Cuando empiezo a pensar que este es el último año que podré usar la facultad como excusa para no aceptar que seguiré siendo yo misma si me pongo una meta distinta o cuando camino por la calle rodeada de parejas de verano.
Yo soy una persona sólida - a diferencia de los efímeros romances de verano - y necesito emociones sólidas. La amistad es incondicional, la familia es sagrada y el amor es un compromiso trascendente en mi universo. Quizás por eso se me hace tan difícil encontrar algo que me convenza de verdad, no estoy del todo dispuesta a correr riesgos o a poner confianza ciega en las personas a menos que se la ganen. Como diría Pappo, desconfío de la vida. Elijo no creer en las frases remanidas, los gestos cursis y los golpes de efecto que - lejos de anunciar la llegada del Príncipe Azul - advierten sobre el advenimiento del mismo tipo de hombre una y otra vez. Yo soy de las que necesitan enamorarse todos los días del mismo, en un gesto amable, en una frase sencilla, en la franqueza de una sonrisa, porque me gusta lo especial, lo extraño... y hoy por hoy es más raro encontrarse con una verdad dicha a la cara que con una mentira de esas que salen en la "Guía para levantarse mujeres en estado de ebriedad" de la revista Hombre. Yo veo el amor como en la campaña publicitaria de un conocido shampoo: Mirame... y mirame de vuelta.
El amor es eso: elegir todos los días a la persona que nos acompaña, vencer esa comodidad que nos generan los viejos hábitos en pos de un descubrimiento cotidiano del objeto de nuestro afecto. Es encontrar en cada día compartido una nueva razón para amar descansando en silencio, mientras espera ser descubierta. Cualquiera se enamora - hasta de un lobo marino amaestrado - cenando a la luz de las velas en la cubierta de un yate que navega por el Caribe, mientras un cuarteto de cuerdas en vivo toca "The way you look tonight", esas cosas son para los conformistas.
A mi me enamoran las anécdotas vergonzosas, los que se tropiezan en pisos perfectamente llanos, los que tienen risas estridentes e impresentables, los que se dejan las llaves adentro del auto y ponen cara de desesperación... los que a pesar de que se esfuerzan por parecerse al Príncipe Azul dejan traslucir que son simplemente seres humanos llenos de imperfecciones, porque son esas mismas imperfecciones las que los hacen únicos e increíblemente adorables.
Quienes están en pareja desde hace mucho entienden a qué me refiero. Seguro hay un lunar mal ubicado que detestan, un poco de pancita que las hace pasar la noche en vela, una marca de nacimiento que se empeñan en esconder del mundo o una nariz que siempre quisieron retocar que su pareja ama con locura y cuya sola mención como defecto sacude los cimientos de la relación. Esos rasgos distintivos llevan - a su vez - la marca de quien nos ama o nos ha amado alguna vez, y nos transportan irremisiblemente al lado de quien se declaró su legítimo propietario por primera vez, aunque nos haya pasado la vida por encima y nuestros caminos se hayan separado hace siglos.
No sé todavía si creo en el amor para toda la vida, pero sí estoy convencida de que hay amores eternos. Creo que las separaciones tienen poco que ver con que se agote el amor y mucho con descubrir que el amor no lo es todo, porque por más traumáticas y espantosas que sean las rupturas siempre dedicamos algún pensamiento cargado de ternura al que se enamoró de uno, no a pesar de los defectos, sino por causa de ellos.
El problema de todo esto radica en que, a pesar de su belleza intelectual, suena a utopía. Sospecho - ahora que lo releo con paciencia - que esa es la razón por la que de cuando en cuando siento que la soledad me mordisquea el espíritu. Ciertamente es más doloroso andar desencontrada con el hombre que comparte conmigo este concepto de amor que padecer la indiferencia de un Fulano, especialmente porque no se trata de buscar un "alguien", sino un "algo". La vaguedad en la definición de la búsqueda demora mucho más el hallazgo (si no, intenten encontrar en Google la página de Horangel a partir de "astrólogo viejo con quincho").
Sin embargo, me consuelo - y consuelo a mi soledad, que está acá de lo más aburrida con mi soliloquio - pensando que vale la pena sentirme sola un poco si quién sabe cuándo, al dar vuelta una esquina cualquiera, me lleve puesta un caballero que acaba de tropezar en un piso llano y que en lugar de poner cara de circunstancia y alejarse silbando con las manos en los bolsillos, me regale su carcajada más sincera. Es cosa segura que me enamoraré perdidamente de alguna cicatriz que deteste con toda su alma, el adorará mi nariz desproporcionadamente pequeña y nos iremos juntos en el yate de su amigo, el lobo marino amaestrado.
Y si eso les parece imposible, sepan que yo conozco a una maravillosa mujer que se enamoró de su príncipe indio trabajando en un crucero y que acaba de casarse con él por tercera vez, cada una de las cuales fue en un país distinto y por religiones distintas. Así que si una de nosotras pudo convertirse en Sherezada, nada impide que el resto pueda despertarse un día en su propio cuento de hadas. Lo importante es saber hacia dónde queremos ir, esperar compañero correcto de viaje y pensar que el precio a pagar es solamente bancarse la soledad por un tiempo. Después de todo, es una buena oferta por una utopía, casi como comprar un unicorno por 50 centavos.