Ausencia II

{ sábado, 6 de diciembre de 2008 }
La vida está llena de ausencias. Algunas son el producto de un anhelo incumplido, como cuando se siente la ausencia de un visitante que no ha sido invitado más que en los secretos laberintos de nuestra alma. Son esos: "Ojalá que viniera Brad Pitt a mi cumpleaños con un ramo de rosas rococó!! (Insertar suspiro)" que en verdad no esperamos sucedan jamás y que - si en efecto se produjeran - generarían reacciones más cercanas al estupor que a la alegría.
Hay ausencias programadas, como las de los ex-novios a los que dejamos en el camino y a quienes esperamos no recibir nunca más - por el bien de nuestra salud mental y emocional - y hay ausencias inesperadas que invitan al replanteo existencial, como cuando falta el profesor el día de la última fecha de final y uno se pregunta - ilusoriamente - ¿Me la aprobarán por Resolución? (No, decididamente vas a tener que volver a cursarla!!!)
En rigor de verdad, la vida pasa más por las ausencias que por los actos de cuerpo presente, ya que nunca estamos en todo momento con toda la gente con la que queremos estar, sería una acción de cumplimiento imposible, a menos que uno tenga muy pocos amigos y una familia muy pequeña o que viva en la cancha de River y se rodee de gente que carece de cualquier tipo de actividad y siempre está disponible, por no decir al pedo.
Por ello, creo que las ausencias no son siempre tan malas como parecen en abstracto sino que son también una herramienta para fortalecer vínculos que de otra forma se marchitarían al contacto con la sucia rutina, como diría Joaquín Sabina. Está buena la ausencia de un amigo, porque precede al reencuentro y a las rondas de mate con chismes. Es interesante la ausencia de un compañero de sábanas, porque reaviva las ganas y atiza el deseo. Es importante ausentarse del mundo de tanto en tanto para recorrer el camino de la introspección y la reflexión.
No obstante, no hay ausencia más espantosa que aquella que sucede a la muerte de los seres queridos. Cuando uno se pelea con el amor de su vida, sufre sabiendo que hay un contacto que podría producirse, pero que no se concretará porque lo impide la separación. Algo parecido pasa cuando nos peleamos con un amigo y nos mantenemos distanciados, a pesar de que nos preguntemos en qué andará o cómo estará, pero siempre sabemos que esa otra persona anda por el mundo lo más campante, sigue su vida como de costumbre y - probablemente - frecuenta los mismos lugares y personas que cuando aún estábamos en contacto con ella.
Entonces, un día la vida nos cruzará con el otro en la cola del Banco Provincia o en la puerta de la Facultad. Quizás alguno de los dos levantará el teléfono, haciendo primar el cariño o la curiosidad por sobre el orgullo, y se reanudará el contacto sin mayores pérdidas.
Los ex-novios no se evaporan del planeta... si así fuera, no habría tantas mujeres atribuladas y confundidas por los encuentros post-ruptura que no saben bien cómo evitar, ni tantos hombres que no terminaron de separarse de la primera novia y ya van por la décimo quinta.
Ahora bien, la ausencia que sigue a la muerte es brutal como pocas cosas en esta vida, quizás más brutal que el fallecimiento mismo ya que si la desaparición física no fuera sucedida por el más absoluto impedimento de contacto, muy posiblemente dejara de parecernos tan grave.
En otras palabras: lo que duele enormemente no es que el espíritu deje el cuerpo, sino que el cuerpo resulta indispensable para comunicarnos con el espíritu. Imaginemos que el Sr. Pérez abandona su envase terrenal y permanece en espíritu con nosotros, permitiéndonos contarle con total sencillez (nada de tablas de Ouija, médiums o locos con artefactos electrónicos midiendo cargas energéticas del aura) cada cosa que nos suceda y recibir sus consejos, opiniones y pareceres tal y como si estuviera vivo, sólo que presentándose ante nosotros mucho más translúcido que de costumbre. Si eso sucediera, los velatorios serían tan inútiles como conflictivos, ya que el propio difunto los supervisaría, quejándose de todas las elecciones de sus parientes y amenazándolos con hostigarlos por haber elegido el cajón de pino durante toda la eternidad. Serían un "Hasta luego" antes que un "Te recordaremos por siempre, Etelvina".
Alejándonos ahora de las elucubraciones mentales, veremos que lo que en realidad sucede es todo lo contrario: la muerte nos obliga a un adiós permanente para el que nunca jamás se está preparado. La muerte es - como dije antes - la ausencia más brutal y dolorosa a la que nos toca enfrentarnos. Es esa necesidad de un último abrazo que nos hace doler la piel y que calcina los ojos con el ardor del llanto, es tener la certeza de lo más temido, es ahogarse de angustia sin esperanzas de alivio, es morir un poco en vida.
Creo que lo que duele es la imposición de la ausencia antes que la muerte misma, después de todo, por algo tienen trabajo los videntes y existe el juego de la copa, que no son más que una mano desesperadamente extendida hacia el más allá, en un vano intento por evaporar una ausencia que fulmina. No hay duelo - por más elaborado que esté - que resuelva la necesidad de una presencia determinada, al menos yo no lo creo, con perdón de los licenciados en psicología.
Por eso a mi me sigue doliendo que el Pelado me haya dejado sola, porque el día que cerró los ojos para siempre, fuimos muchos los que nos quedamos huérfanos de su irreemplazable presencia. A pesar del transcurso del tiempo, a pesar de que de vez en cuando nos reimos a carcajadas y de que ya somos capaces de recordarlo sin llorar, no pasa un sólo día en que no sienta que daría cualquier cosa por estar con él una vez más, para decirle cuánto lo quiero y contarle que sus hijos son la cosa más hermosa que dejó sobre estaTierra, para mirarlo a los ojos cuando le cuente que Manu es el más revoltoso del grado (y que le dieron un premio por eso) a ver si vuelvo a encontrarme con ese brillo pícaro en su mirada. Quiero darle todos los abrazos que tengo guardados para él: el del día que me recibí, el de la jura, el de su cumpleaños, el de mi cumpleaños y un millón de abrazos porque sí. Voy a exigirle mi abrazo de consuelo de cuando le diagnosticaron el cáncer a Mamá, el de la última quimio y el de los exámenes limpios, los abrazos de las eternas noches con Papá en terapia y caminando por la frontera entre la vida y la muerte, el abrazo con lágrimas de cuando se despertó del coma y el de cuando le dieron el alta definitiva.
Lamentablemente, todos los abrazos y charlas que tengo reservadas sólo para él no pueden existir en otro lugar que no sea en mi espíritu, porque su lugar en el mundo empírico está en un cuerpo que ya no existe. Sólo resta, entonces, seguir creyendo que el espíritu vive en un lugar donde el tiempo es eternidad y las ausencias son tan cortas que duran una vida. Desde ese punto de vista, quizás sea yo la ausente, ausente con aviso de un lugar al que conducen todos los caminos posibles y al que - mal que nos pese - todos estamos yendo.
Hay una frase bastante popular, cuyo autor desconozco que reza: La Muerte está tan segura de que va a ganar que nos da toda una vida de ventaja. Sospecho que el "triunfo" de la Muerte depende de qué hagamos con esa vida, después de todo ya dijo Manuel Mujica Láinez que si un enano francés estampado en una cerámica puede burlar a la Muerte, es justo que también puedan burlarla las lágrimas de un niño. No sé si yo pretendo burlar a la Muerte, me conformo simplemente con vencer a la ausencia y reencontrarme algún día con ese pedacito de mi alma que se fue al Cielo un 28 de Abril, dejándome más sola de lo que era capaz de imaginarme.